
El Pequeño J. pasó de ser Tony Montana a los anales del crimen argentino
Opinión02/10/2025



Después de no perderle ningún rastro, el aparato policial de Argentina y Perú -que lo buscó por cielo y tierra-, al final lo detuvo en una celada. Al peruano Tony Janzen Valverde Victoriano, alias “Pequeño J”, le pusieron las esposas a pedido de Interpol.
El joven registra como única actividad ser un narco de la Generación Z,con predisposiciones psicopáticas, ambiciones para escalar en la pirámide de las jerarquías narcos y aptitudes de un frío calculador sin remordientos.Está imputado de la autoría intelectual del triple femicidio de Florencio Varela y acaba de ingresar en los tristes anales del crimen argentino con tan solo 20 años de edad.
No faltarán los jóvenes deslumbrados por el dinero y las decisiones macabras del preso, para dejarle una admiración en la vidriera de las redes sociales por su forma sádica de gozar. No sería absurdo.Vivimos en la era de la anomia generalizada y la deshumanización individualista.
El Pequeño J. llegó hasta donde llegó, no porque heredó biológicamente la criminalidad de su padre Janhzen Valverde, asesinado en el Perú por sicarios en una guerra entre bandas, sino porque tomó de él un mandato por vía de la identificación: ser violento, enfrentar las leyes y convertir al mercado de bienes y servicios en una disputa sangrienta, sobre todo en territorios donde el Estado se retiró.
En pleno duelo por la muerte a tiros del padre, prometió venganza: "Esto no va a quedar así, si nadie hace nada yo mismo lo hago con pana y elegancia". Fue la promesa ante sí mismo, y desde entonces pasaron siete años con mucha agua bajo el puente. ¿Fue el instante en que se convirtió en un vicario imaginario del padre, por la tentación de seguir sus pasos?
En nuestro argentino coloquial, cuesta entender el sentido de la palabra "pana" muy usada en Perú, que significa amigo inseparable y de confianza. Entonces, el sentido de la frase (la pronuncia cuando tenía 13 años) es llegar a una acción: ejecutar la venganza con un amigo, muy compañero, al atacar a la banda “El Gran Marqués” que le quitó su padre con tres disparos.
En ese momento crucial de su vida, cuando despidió a su padre (posteó melacónlico “Te necesito, papá”), eligió la violencia como existencia; y como destino, la búsqueda del dinero y el poder para manejar a los otros como esclavos de su plan: estar contra la ley y los más vulnerables por una acumulación de dinero.
El Pequeño J. construyó su personalidad en un clima familiar de crueldad, desde la lógica del pensamiento criminal. Lo llamaron Tony, y creyó que debía llevarlo como una bandera. Lo bautizaron con ese nombre en honor a Tony Montana, personaje de ficción cinematográfica que representó al famoso ganster Al Capone. Tony Montana lo inmortalizó en la película “Caaracortada”, ubicándolo en los bajos fondos y en el crimen organizado de los EE.UU.
La subjetividad del Pequeño J. está saturada de símbolos y mandatos que lo dejaron, desde muy niño, al margen de la sociedad y en el centro del gansterismo.
Dos tíos paternos eligieron también estar en la mafia. Eso confirma que muchas infancias son el producto de las identificaciones psicológicas con los padres, tal es el caso del Pequeño J., criado en un entorno narco-patriarcal. El alias "J" es por la primera letra del nombre paterno Janhzen. Ese papá integró la asociación ilícita "Los Injertos del Nuevo Jerusalén", grupo que opera en el asentamiento peruano Nuevo Jerusalén. El término "injertos" se usa comúnmente en el argot policial del Perú para referirse a bandas criminales que se han "injertado" o adoptado las prácticas de otras organizaciones criminales más grandes. Las acciones de esas mafias son generalmente la extorsión, el robo agravado, el sicariato, el tráfico ilícito de drogas, entre otros delitos.
El niño Pequeño J. se desarrolló en la narrativa de que el mafioso es un "héroe". Desde esa perspectiva, conoció que la muerte y la cárcel son algunos de los costos personales que hay que pagar cuando se elige vivir al margen de la ley.
Ya empezó en Lima a pagar con su libertad, mientras espera la extradición a Buenos Aires. Cuando sea condenado con una segura pena mayor, no se sabe si entenderá que la sociedad le pasó factura por sus crímenes.
El Pequeño J. sabía jugar al mafioso. Hay fotos en que se lo ve simulando disparos a la cabeza y usando lemas (al estilo de la autoayuda de moda) como el de "Toda la vida bandido" o "Siempre humilde cabrón".
Cuando emboscó a las tres víctimas con el señuelo de pagarles 300 dólares a cada una para ir a una “fiesta”, podría recordar a El Padrino, en el que Vito Corleone dice intimidante: “Le haré una oferta que no podrá rechazar”. Faltaba que con ironía Pequeño J agregue, luego de sacrificarlas sin piedad con varios cómplices, que “No es nada personal, son negocios”.




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