
El escrache digital es venganza, daño psicológico y espectáculo
Opinión20/11/2025
Redacción El Caudillo


En la era de los entornos digitales con mensajes violentos, el escrache es uno de los más dañinos social y psicológicamente. Cuando circula como difamación produce un dolor psíquico profundo. Si está dirigido a niños o adolescentes, se agrava, y estalla también el daño en todo el grupo familiar. Es imparable por la velocidad de la misma viralización, además está de “moda”. El escrachador no tiene filtro institucional que lo pare. Hasta puede ser anónimo, lo que demuestra un entorno digital sin garantía previa y de alto riesgo para la imagen social. Forma parte de la impunidad de algunos ciberdelitos, lo que predispone a que el ataque sea más agresivo.


Leemos en algunas sentencias judiciales, firmadas para reparar a los escrachados, lo siguiente: “Ante la percepción de que la justicia es lenta o ineficaz, muchos recurren al escrache como “justicia paralela”. Esto refuerza la idea de que el castigo social es más inmediato que el institucional”.
En ese razonamiento judicial, cabe todo el drama de nuestro tiempo: el uso de la nueva arma –proveída por las redes sociales- contra la tranquilidad personal. El armamento se compone del algoritmo cargado de falsedades que dispara a repetición el odio, y de una fuerte venganza personal en el “tribunal” virtual, anticipatorio al fallo del juez real.
La sociedad del espectáculo acompaña a los sistemas digitales, está en las pantallas escrachadoras, utiliza la teatralización de la vida íntima y pública y tiene algoritmos capaces de poner en modo “show”, la fama, el honor y la mentira.
El escrache digital no es una botella tirada al mar con un mensaje. En el otro lado del ciberespacio espera siempre un receptor sádico que disfruta el delito que transita en las redes. Es el goce por el espectáculo de la reputación destrozada. No faltan los que aportan con likes y comentarios. La lógica del entretenimiento se mezcla con la denuncia falaz, transformando el daño en un producto de consumo entre los pescadores de las redes sociales revueltas.
Lamentablemente, el ecosistema digital premia la venganza real o imaginaria de los malvados de corazón. Los disparos de algoritmos que llegan al afectado destrozan su integridad psicológica.
La sociedad del espectáculo induce al estrago psicológico, profundo y suele ser causa, muchas veces, de ansiedad, depresión, aislamiento social y otros cuadros explicados por la psicología clínica.
El ciberdelincuente disfruta al dejar al atacado en una estigmatización permanente, aunque, tarde o temprano, la Justicia actúe luego para poner las cosas en su lugar.
Hoy, muchas ayudas psicológicas urgentes para niños y adolescentes escrachados, ponen el foco en el tratamiento de las huellas digitales que afectaron profundamente a la subjetividad. Hasta que el buscador borre el escrache de su archivo, pasa mucho tiempo. Y queda esa huella digital como como recuerdo inmerecido del escrache doloroso.
Los psicólogos infanto-juveniles no desconocen que en la sociedad del espectáculo y del algoritmo agresivo, la violencia simbólica del escrache digital entre chicos está normalizado. Ellos practican así una justicia de mano propia.
A los chicos les cuesta comprender hoy que difamar en las redes no debe ser un recurso a la protesta, constituye un delito, una manera del linchamiento social liso y llano en el ciberespacio.
La Justicia debió crear unidades de investigadores especiales para la ciberdelicuencia. Los jueces del fuero suelen cuidar el equilibrio de la libertad de expresión con la protección de la dignidad y la salud mental de las personas.


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