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La chica que vivió su límite y disparó en la escuela contra la autoridad

Opinión12/09/2025Redacción El CaudilloRedacción El Caudillo
Opinión - Rodolfo Ceballos (6)

La adolescente mendocina que disparó en su escuela y se mostró al mundo por televisión con esa escena de desafío a la autoridad, encarnó el tránsito por un límite difuso entre la vida y la muerte. Los disparos sin blanco fijo, la angustia de sus compañeros y la profesora de matemáticas que la buscaba como presunta autora de bullying, escenificaron una violencia escolar extrema que quedará en la memoria colectiva de la Argentina.

Esa violencia no es un hecho aislado, sino el síntoma visible de una estructura psíquica en tensión, donde el vínculo con la autoridad se encuentra atravesado por una lógica de ruptura, silencio y crisis profunda en la palabra. La palabra que le faltó a la joven para expresar lo que realmente sufría. ¿Por qué no pudo hacerlo? En el epílogo, se entregó a la policía e ingresó en el hospital. Al final, se dejó contener.

El uso del arma de su padre —comisario— no es casual: puede interpretarse como una apropiación invertida del poder paterno, no para proteger sino para desafiar. El hecho de que no haya habido víctimas ni amenazas explícitas sugiere que el acto no buscaba dañar, sino instalar una escena: una interpelación muda a la autoridad.

El silencio prolongado, la espalda hacia los negociadores, el gesto de apuntarse a sí misma: todo configura una puesta en acto más que una agresión. Las cartas encontradas en su mochila, dirigidas a sus padres, revelan una premeditación simbólica: una despedida, una acusación, una ruptura.

Si el acto fue motivado por una “venganza” contra una profesora, no se trata de una enemistad personal sino de una confrontación con el lugar de la ley, del saber, del juicio. El colegio, como institución, puede haber funcionado como disparador de humillación, invisibilización o injusticia. Y el acto, como intento de revertir esa posición.

Pero hay algo más: cuando una institución escolar alberga alumnos con niveles de agresividad tan extremos, su estructura se vuelve líquida. La escuela deja de ser un espacio de contención y se transforma en un escenario de desbordes, donde la ley se diluye y la palabra pierde su eficacia. La agresividad no solo afecta a los vínculos, sino que erosiona la consistencia institucional misma.

Hoy, en esa escuela, persiste la nebulosa envolvente de las preguntas: ¿hubo bullying? ¿desamparo familiar? ¿falta de escucha? ¿será internada como menor en conflicto con la ley? Los adolescentes manejan los mensajes casi a la carta. El estilo de comunicación lo eligen ellos, tanto en la forma como en el fondo del relato.

Se sabe, la adolescencia es definida como una construcción, un artificio significante ligado a la época actual. Y nuestra era tiene el mandato de vivir sin límites. Este episodio policial y psicológico ocurrió en plena tiranía del hiperindividualismo.

 

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