



Una vez más la violencia como protagonista, el norte de Salta se viste de luto, sangre y preocupación. El trágico suceso de este pasado domingo en las zonas de Mosconi y Tartagal, donde dos hombres fueron asesinados en circunstancias, aparentemente vinculadas, nos obliga a reflexionar sobre la escalada de violencia que afecta a nuestra sociedad.


La frialdad de los hechos no sorprende, pero si inquieta, todo comenzó ante la vista de todo con disparos y culminaron con los hallazgos de dos cuerpos sin vida, nos deja una sensación de impotencia y desamparo. ¿Qué lleva a una persona a cometer actos tan atroces? ¿Qué fallas en el tejido social permiten que la vida humana pierda su valor de manera tan abrupta y brutal?
Las autoridades están trabajando para esclarecer los crímenes, aunque lamentable pocas veces llegan a buen puerto, y esperamos que la justicia actúe con celeridad para identificar a los responsables y que paguen por sus actos, sobre todo que se conozca el móvil de los crímenes. Sin embargo, más allá de la labor policial y judicial, este lamentable episodio nos exige una mirada más profunda.
Es imperativo que como sociedad no naturalice este tipo de hechos y las causas de esta violencia. Necesitamos fortalecer los pilares de la sociedad, sobre todo educación y seguridad, promover una cultura de paz y respeto, y exigir que se trabaje en la prevención. La seguridad es una obligación indelegable del Estado y no así una responsabilidad necesaria de la ciudadanía.
Que este caso de Fernando Gómez y Rubén Gustavo Lira no quede como uno más de los tantos que se son de público conocimiento, y por el bienestar de nuestra sociedad en su totalidad, es hora de alzar la voz y exigir un cambio urgente y radical, que no quede en un simple slogan atractivo o en un parte de prensa conformista que en al pasar de lo días vaya dejado de tener notoriedad hasta desaparecer. No podemos acostumbrarnos a vivir con miedo, ni permitir que la violencia se convierta en una página más del diario. Este domingo cargado de violencia en Mosconi y Tartagal, es un claro y rotundo recordatorio doloroso, de que aún queda mucho por hacer o de que se está haciendo muy poco de parte de quienes depende cuidarnos.


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