La dinomanía, un gasto infantil más para algunas familias

Opinión25/07/2025Redacción El CaudilloRedacción El Caudillo
Opinión - Rodolfo Ceballos (2)

Desde que en el siglo pasado las películas, los cuentos y las figuras de los dinosaurios irrumpieron entre los juegos de los niños, para algunas familias esa dinomanía es un suculento gasto infantil. Los editores de este entretenimiento lanzan al mercado argentino entre 80 y 100 mil revistas especializadas, acompañadas con la figura de los bichos; así, ofrecen una colección que supera los 40 fascículos y que dura cerca de dos años para completarla. Todo un negocio. Todo un éxito. 

Más allá de un verdadero marketing, existe otra cosa menos visible: una psicología infantil muy singular por la cual el niño es atraído por los dinosaurios. Hay un multiverso bien creado por los editores que le propone a la infancia confiar en la existencia de múltiples universos. El mundo mágico del niño que juega con los dinosaurios imagina un hábitat del dinosaurio distinto a todo lo que conocemos.

El multiverso es una hipótesis dentro de la naturaleza que propone la existencia de múltiples universos, cada uno con diferentes leyes físicas, filosóficas, historias y configuraciones. El niño anhela que exista un universo que represente a otro donde las cosas podrían haber ocurrido de manera diferente.

Si pensamos en el multiverso desde la mirada de un niño fembobado por los dinosaurios, se abre una ventana fantástica: los mastodontes jamás se extinguieron y evolucionaron hasta desarrollar sociedades propias. Los humanos y dinosaurios conviven, como en una versión real de Jurassic Park con reglas distintas. El disfrute del niño y el multiverso como juego simbólico, emparejados para fascinar a la condición infantil.

Por la psicología profunda y simbólica de lo lúdico, del juego, el multiverso valida el universo personal del niño y el Tiranosaurio, por ejemplo, puede hablar, volar, o ser su mejor amigo. Esta conexión potencia su creatividad y desarrollo cognitivo, integrando deseo, saber y fantasía.

En este sentido, el niño no es un sujeto autónomo, sino una respuesta a un “algo” que está más allá de él, que puede ser un mundo fantástico,una existencia paralela a su propia infancia y también, por qué no, el deseo de sus padres de vivir a fondo una dinomanía entretenida, de moda y contagiosa, aunque cueste parte del presupuesto familiar.

Los dinosaurios permiten al niño explorar el pensamiento científico, la imaginación y el control sobre lo desconocido. El animal funciona como una figura que condensa fuerza, misterio y ausencia -ya que son “reales” pero no están presentes-.

Basta ver la larga cola de las familias con sus hijos para comprar la entrada a los frecuentes espectáculos con dinosaurios que se representan en nuestra ciudad. En la última presentación de la dinomanía en las vacaciones de invierno en Salta, se cobraba la entrada y además el uso de los juegos temáticos. El costo del entretenimiento fue entre 60 a 80 mil pesos por familia. Y la gente lo paga. La fuerza del dinosaurio no se puede resistir. Ese gusto, a pesar de ser costoso, hace feliz al niño en la sociedad de consumo. Es que el dinosaurio supo entrar en la cultura infantil como un goce particular de ella misma. El niño, psicológicamente, proyecta muchos sentires en ese animal extinguido que, para él, encarna lo imposible, lo perdido, lo que no se puede domesticar.

Los animales con sus bocas enormes, rugidos que dan miedo y cuerpos desmesurados, encarnan viejos tiempos, todos definitivamente ausentes, pero que el niño los hace volver en formato de dinomanía. Por supuesto, con la complicidad económica y afectiva de todo el discurso familiar. 

Los fabricantes de las icónicas figuras de plásticos y los editores de los fascículos que las explican, muy contentos comercialmente. Siempre la dinomanía será un negocio tan grande como un dinosaurio.

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