



Gustavo “Cuchi” Leguizamón fue, sin duda, un genio musical argentino. Como muchos talentos excepcionales, su personalidad reflejó varios rasgos psicológicos que la ciencia de la inteligencia identificó como comunes entre personas de alta capacidad.


En estos días, en Salta, se recuerdan sus valiosos aportes a la música de la provincia y del mundo. El año pasado se aprobó un proyecto de ley que reconoció la importancia histórica de su nacimiento en la ciudad de Salta, en 1917.
Días pasados, frente a la escultura que honra su memoria en la esquina de Caseros y Buenos Aires, se realizó una velada en su homenaje. Participaron destacados artistas locales y la banda municipal. Su figura en la cultura musical explica por qué tantas generaciones lo reconocen como un talento extraordinario.
La psicología moderna otorga gran relevancia al estudio de las altas capacidades, permitiendo identificar desde la infancia a quienes poseen talentos excepcionales y brindarles una educación acorde. Gustavo Leguizamón, desde los dos años, mostró su genio musical al emitir sonidos con un pequeño instrumento que le regalaron. Ya adulto, ingresó en la categoría intelectual de los talentosos, destacándose por una curiosidad insaciable: los genios sienten una necesidad constante de explorar, comprender y cuestionar el mundo, profundizando en temas que otros apenas rozan.
Su arte, la música, fue expresión de una impulsividad creativa. Actuó con intensidad cuando una idea lo apasionaba, revelando un pensamiento disruptivo y único. Rompió con lo convencional, articulando la música con ideas de su época que desafió a todas las normas establecidas.
En psicología de la inteligencia se considera que el talento alcanza una dimensión genial cuando da lugar a una obra creativa, admirable y que perdura. El Cuchi compuso para su legado histórico más de 800 piezas musicales, impulsado siempre por una pasión incansable por el arte. Lo notable es que fue autodidacta en su formación musical, además de abogado, docente, funcionario público y político.
La crítica cultural coincide en que “su obra, caracterizada por una riqueza armónica y temática, aportó una universalidad de zambas que rompieron esquemas tradicionales y fueron interpretadas por referentes de distintos géneros. Su legado permanece en la identidad cultural de Salta y del país”.
El Cuchi defendía el folklore como una expresión legítima de identidad nacional, pero lo transformaba con armonías complejas y letras poéticas. Su obra no era repetición, sino reinventación.
El humor, presente en casi todas sus creaciones, servía para desarmar lo solemne y revelar verdades incómodas. Fue un conversador excepcional, con una mezcla de ironía y ternura que lo hacía inolvidable. Este rasgo de personalidad quedó demostrado en el libro “A solas con el Cuchi”, del periodista Humberto Echechurre con colaboración de este columnista.
Con su música sofisticada y su pensamiento rebelde, encarnaba la creatividad, la inteligencia, la autenticidad y la sensibilidad hacia la humanidad de los personajes mitológicos que musicalizaba. Un ejemplo es la “Zamba para la viuda”, inolvidable melodía con poesía interpretada por El Dúo Salteño, al que dirigió con la maestría más eximia del folklore.
La canción se basa en una leyenda del noroeste argentino sobre mujeres que pierden a sus parejas en el monte y envejecen esperándolos. Al morir, sus almas vagan buscando ese amor perdido. Es una metáfora poderosa sobre el olvido, la espera inútil y la invisibilidad de los marginados.
A 108 años de su nacimiento, lo recordamos citándolo a él mismo cuando reflexionó sobre su propia vejez: “A la vejez no me queda más que hacer música, hasta que me toque pulsear con la nada. Le voy a ganar a la nada porque ella estará allí en lo suyo y yo estaré silbando alguna cosa.”


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