



Opinión: por Marina Escalante
Hay palabras que se lanzan como piedras, envueltas en poesía, en citas eruditas y en nombres ilustres. Pero hasta la más bella metáfora puede perder su fuerza si no está acompañada por la verdad. La crítica literaria —cuando se la disfraza de tragedia moral— puede volverse injusta si no se detiene a comprender los contextos y las responsabilidades.
No, no fue el primer acto “apagar la música”. El primer acto de esta gestión fue asumir la responsabilidad de ordenar, de mirar con lupa cada rincón de una universidad que arrastra años de silencios administrativos, desvíos presupuestarios y proyectos construidos con más entusiasmo que formalidad.
¿La orquesta? Nadie niega su valor simbólico, su belleza y su fuerza como gesto cultural. Pero los actos institucionales no pueden nacer solo del impulso bienintencionado. Las universidades públicas se deben al pueblo que las sostiene, y eso exige formalidades, concursos, presupuesto aprobado, misiones definidas. Crear sin eso no es un acto heroico: es una omisión legal.
Porque cuando se constituye una estructura sin concurso ni vínculo formal con la institución, cuando no hay acta que determine cómo y con qué recursos se sostiene, lo que parecía arte se vuelve un riesgo. No solo económico, sino también ético. Financiar un proyecto sin tener una partida presupuestaria asignada —y en contexto de déficit— es violar la Ley de Administración Financiera, y eso, lejos de lo poético, puede ser un delito.
No se trata de negar la cultura. Se trata de dignificarla. De construirla no como gesto ornamental, sino como política pública seria, duradera y accesible. Si la Universidad Nacional de Salta ha de tener una orquesta, debe nacer del debido concurso, con planificación, con legitimidad presupuestaria y con vínculos claros entre quienes la integren y la misión institucional. Solo así será parte de un legado, no de un capricho.
Quienes invocan a Dante deberían recordar que la eternidad del arte no surge del desorden, sino de la forma. Miguel Ángel no talló el David con una rama al viento, sino con el mármol más sólido y la técnica más rigurosa. La belleza también se edifica con ley.
Decir que esta gestión apalea la cultura es no solo injusto, sino profundamente ofensivo. Lo que hacemos —aunque no sea escandaloso ni digno de titulares— es más humilde pero también más valioso: estamos poniendo orden, fundando las bases para que lo cultural no sea improvisación, sino estructura.
No apagamos la música. Estamos afinando los instrumentos. Lo fácil es dejar sonar las notas sin mirar de dónde vienen ni quién las paga. Lo difícil es componer una partitura justa, legal, sostenible. Y en eso estamos.


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